11 de noviembre de 2008

Una jaula de cristal

Miraba por la ventana como el agua iba formando charcos en los desniveles del patio, como cada gota formaba esos circulos concentricos que en dias como hoy tanto le gustaba mirar. Sentía que cada gota marcaba un tiempo en su partitura, en la melodía desafinada en que su vida se habia convertido.
Estaba casada con un buen hombre, un hombre que la amaba y hacía todo lo posible por hacerla feliz. Trabajaba para que en aquella casa no faltase de nada, la animaba en sus trabajos tambien, cuando la echaban o se terminaban sus contratos. Siempre dispuesto a escucharla aunque no por eso a entenderla.
La vida transcurría sin sobresaltos, instalados en la rutina del día a día. Con sus cenas los sabados por la noche en el restaurante de siempre, con sus horas de quererse ese mismo sabado, semana tras semana... comida familiar los domingos, y café con los amigos los jueves.
Elena miraba sin mirar, hasta que la despertó de su hastío un pájarito que se posó en la ventana para resguardarse de la lluvia. Ella lo observó, observó como agitaba sus alas para quitarse las gotas de agua, observó como daba saltitos para ir hacia el otro lado del alféizar y quiso ser pájaro.
Se imaginó surcando los cielos, siendo libre, viajando, observando el mundo, revoloteando con otros pájaros, nadando en una fuente, comiendo pan en la mano de un niño...
El teléfono la despertó de su sueño. Era su marido, hoy no iría a comer, tenía demasiado trabajo.
No le importó, en realidad le gustó el cambio de planes, era algo que no ocurría a menudo. Su marido era un hombre de costumbres, y era difícil que se saliese de sus planes.
Decidió aprovechar ese momento de cambio y pensó en salir a comer fuera ella sola. Nunca había hecho nada igual, y la sóla idea de hacer algo nuevo y diferente la hizo reir a carcajadas.
Fué corriendo hasta el cuarto y se cambió de ropa, se quitó los vaqueros y la sudadera y se puso un primaveral vestido blanco, se calzó unas sandalias, cogió una chaqueta roja "por si acaso" y se pintó los labios con carmín.
Hacía rato que había parado de llover, el sol relucía en el cielo azul de mayo, y la temperatura era muy agradable. Fué esquivando los charcos de camino a la parada del autobús, se puso unas grandes gafas de sol y se sentó en un bordillo a esperar.
Se entretuvo mirando a la gente pasar, niños en bicicleta, una mujer con bolsas de la compra, un perro con una pelota, un abuelo con el carrito llevando a su nieto...llegó el autobús para tapar la visión.
Subió y le regaló una amplia sonrisa al conductor, que le respondió con una especie de gruñido mientras le daba el ticket.
Se sentó al lado de la ventanilla cerca de la puerta y esperó mientras seguian subiendo más pasajeros. Vió subir a un chico, llevaba una gorra y unas gafas, así que no pudo distinguir bien su rostro. Estaba escuchando música de un ipod, y se movía al ritmo de las notas mientras se encaminaba hacia donde estaba ella. Y allí se paró, de pie, a su lado.
Podía notar el roce de la pierna a su brazo y eso la incomodó un poco, trató de arrimarse a la ventanilla y miró hacia arriba para descubrir que el chico la miraba sonriente. Se había quitado las gafas y ya no oía música. Le dijo un hola super alegre y se agachó para quedar a su altura. Le susurró al oído que toda aquella gente que los acompañaba en ese momento eran hologramas, que sólo ella y él eran reales, que disimulara hasta bajar del autobús.
Ella intentó no sonreir, estaba entre sorprendida e indignada. Porque le hablaba? Porque le decía esa tontería? Lo miró curiosa y él le guiñó un ojo.
Decidió no hacerle caso, y miró todo el rato por la ventanilla. Cuando quiso darse cuenta, aquel chico había desaparecido y sintió un halo de tristeza.
Llegó a su destino, se bajó al lado del centro y se encaminó a la zona del puerto.
Se sentó en una terraza junto al mar, miró al horizonte y respiró profundo. El olor de la sal inundó sus pulmones, escuchó las olas batir en las rocas y el canto de una gaviota a lo lejos. Tuvo una sensación extraña, sintió tranquilidad por el lugar y al situación, pero no pudo evitar sentirse culpable por haber salido sola sin avisar a su marido.
Perdida en sus pensamientos la encontró el camarero mientras le enteregaba la carta, la miró y se sonrojó. A ella le hizo gracia y le dedicó una enorme sonrisa que no hizo más que intensificar el rojizo de su piel.
No sabía que elegir, normalemente su marido elegía por ella, hacía mucho tiempo que no pensaba en lo que quería, así que se tomó su tiempo. Ensimismada en una decisión tan importante escuchó una voz que ofrecía una sugerencia de menú. Se giró para encontarse con el camarero cuando vió al chico del autobús detrás de ella diciéndole no sé qué de un lenguado...
Se quedó sorprendida y paralizada, sin saber reaccionar, y antes de que pudiera articular palabra, el ya estaba sentado en su mesa.
Hola me llamo Samuel, y hoy me gustaría ser tu acompañante, si la bella dama no tiene inconveniente...
Ella puso cara de enfado en un principio, pero la verdad que le había gustado la sorpresa. Decidió dejar que las cosas transcurrieran sin más y le dijo que sí, que podía acompañarla y que su nombre era Elena.
La bella Elena, dijo él.
Empezaron a hablar del encuentro en el autobús, el era un hombre lleno de energía, sonriente, seguro de sí mismo y muy imaginativo. No paraba de hablar y hablar, y ella lo observaba curiosa y divertida.
Pidieron de comer y siguieron charlando, conociéndose, riendo como hacía mucho tiempo no hacía, y haciendo que el tiempo transcurriese veloz.
Decidieron tomar café en otro lugar. Fueron paseando por el puerto, y ella le contaba como era su vida, su matrimonio, sus trabajos, su familia...y a cada palabra su sonrisa se desvanecía un poco.
El la miraba en silencio, notaba la tristeza de sus palabras y veía que era un pajarito encerrado en una jaula de oro.
Él le pidió que le hablara de sus sueños, de sus ilusiones, de sus anhelos...y ella habló para sí misma en alto, dejó volar su imaginación y habló y habló sin parar, riendo a cada poco, mirándolo pícara cuando sus ojos expresaban más que su boca.
Se olvidaron del café, se sentaron en las rocas de la playa, y se quedaron en silencio.
Elena tenía la sensación de conocer bien a Samuel, se parecía al hombre que aparecía a veces en sus sueños, que hacía sus conjuros para liberarla de las cadenas de la vida mortal.
Lo miró, y descubrió unos ojos que la miaraban fijamente, una mano que se acercaba a colocar un mechón de pelo rebelde, una mano que se posaba junto a la suya.
No entendía bien lo que ocurría, pero no quiso pensar, no quiso recordar que tenía una vida, una familia. Decidió tenerse a ella sola, a dejarse llevar por las olas, a descubrir la magia de Samuel.
Cerró los ojos, sintió la brisa que la cariciaba, notó una piel que la abrazaba, que le decía al oído, no dejes de soñar Elena, confía en mí, vuela y sé libre, feliz...
Arió los ojos y le besó, se acecó a él despacio y dejó que sus labios rozaran los de él, se detuvo el tiempo, notó la calidez, la respiración templada, la suavidad de su tacto.
Se dejó llevar, él la abrazó fuerte y se besaron como si les fuera la vida en ello, respirando el alma del otro, bebiendose la esencia de la vida.
Lo notó, notó como sus alas salían de su espalda, como se iban abriendo y estirandose de tanto tiempo guardadas, las desplegó todo lo que pudo, notó la suavidad de las plumas blancas, se elevó unos centímetros del suelo y vió la sonrisa de Samuel que la invitaba a volar.
Observo el sol a lo lejos, notó la fuerza de sus garras, la grandeza de su plumaje, la visión panorámica de sus nuevos ojos. Era un hermoso pájaro blanco, de profundos ojos y pico redondeado. Elevó el vuelo, feliz, segura de sí misma, sin la intención de volver más a aquel lugar, olvidándose de todo y viajando por el mundo, ya no habría jaula que pudiera contener su vuelo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Las horas yacen muertas
Enterradas en olvido
En un cementerio de estrellas
Y de momentos perdidos.
Pasan lentos los segundos
En que no contemplo tu belleza
Son eternos los minutos
Donde lloro por tu ausencia.
Pinto mis paredes de tristeza
Antes llenas de alegría
Cierro por miedo las puertas
De mi corazón a la vida.
Ahogo en mi alma el llanto
Cuando pienso en el futuro
Si no estás a mi lado
Si no seguimos juntos.
Esta casa sabe de mi ira
Del golpe de mis puños
Cuando la amargura me visita
Y en este vacío me derrumbo.
Sólo me queda esperar
Aguantar el paso de los días
Y una y otra vez rezar
Por que vuelvas a mi vida…