10 de noviembre de 2008

La princesa del cuento


-Piii...Piii...mensaje en el correo. Quedamos esta noche?
-Sonrisa curiosa, duda momentánea...ummm..."está bien, nos vemos esta noche"

No le conocía personalmente y sin embargo era un amigo de toda la vida. Tenía la sensación de que podría contarle cualquier cosa, que sabría entenderla casi sin explicar y que aunque no fuera real, ellos ya se habían visto.

Pasó el día algo más despacio de lo habitual, tenía ganas de poner cara por fin a su compañero de fatigas, de discusiones mentalistas, a esa persona que tanto la ayudaba por nada...
No se sentía nada nerviosa, porqué iba a estarlo si ya era como de la familia...aunque no podía evitar que de vez en cuando se le escapara una sonrisilla pícara.
Cobraba los productos, en la caja del supermercado donde llevaba mas de 5 años, como una autómata. Pensaba en cómo sería el encuentro, que ropa se pondría, de qué hablarían, si se sentirían cortados, si perdería la magia del anonimato...
Disipó esos pensamientos en cuanto su compañera le gritó algo de unos precios...
-Sabes cuanto cuesta??
-Seguro que un montón...(ups, se le escapó)...digo, un momento que te lo miro...
Su compañera la miró extrañada, terminaron de cobrar a ambos clientes y se miraron sonriendo...Menudo despiste, Alba, su compañera le preguntaba que qué le pasaba, que parecía en otro mundo, y ella le respondía que sí, que pronto estaría en otro mundo.
Terminó la jornada y se apresuró en volver a casa, cogió el autobús de siempre con más prisa que nunca y pensó en su aspecto de camino a casa. Esto la desanimó un poco, el día a día, la falta de sueño y el pasarse 10 horas al día sentada en la caja, habían pasado una cara factura a su cuerpo, su rostro y su piel...
Llegó a casa y rápidamente se metió en la ducha, trató su piel con sus mejores jabones, sus cremas y todas esas cosas que debería hacer siempre y no era capaz de hacer...
Secó su cabello con energía, el tiempo se le echaba encima. Trató de devolverle el brillo que años atrás había perdido y se peinó lo mejor que pudo, dejando su larga melena suelta y dispuesta a jugar con el aire...
Abrió el armario y echó un vistazo a su interior. Tenía que dar el paso más importante, elegir que se pondría para ese primer encuentro.
Decidió ponerse ese vestido marrón que se ponía pocas veces. Estilizaba su figura y no era demasiado arreglado, no quería que se llevara una impresión equivocada.
Se puso la ropa interior, las medias, el vestido y unos zapatitos de charol marrón. Terminó de completar con una rebequita de punto negra, su pulsera de madera y unos discretos pendientes.
Miró su rostro en el espejo, decidió no maquillarse, quizá arreglar un poco el color y usar un poco de brillo en sus labios.
Se dió una crema para matizar la piel, se pinto las pestañas y puso un tenue brillo en los labios.
Estaba lista para ir a su encuentro. Ahora empezaba a estar más nerviosa. Cogió el abrigo y el bolso y paró un taxi en la calle, no quería llegar tarde.
El trayecto en taxi se le hizo eterno, vió las luces pasar como líneas de colores, la navidad se acercaba y la ciudad lucía sus mejores galas.
Se acercaban a la puerta del ayuntamiento donde habían quedado y vislumbró a lo lejos una figura oscura sentada en las escaleras. Decidió parar el taxi para aproximarse caminando. Pagó y se bajó.
Cuando arrancó el coche se encontraba al otro lado de la plaza mayor observado al otro lado la figura de su amigo desconocido. Se quedó paralizada un momento. Tuvo que respirar profundo para que sus piernas respondieran al impulso de empezar a caminar. Dió un paso, luego otro, y por fin, cogió el ritmo que cambiaría su vida.
Se acercó con la mayor decisión que pudo, son su mejor sonrisa y su mirada más segura.
La luz iluminó el rostro de él. Amables rasgos y una sonrisa encantadora. La miró alegre y sorprendido. Se saludaron como si se hubiesen visto hacía pocos días y decidieron acercarse al restaurante antes de que el frío estropeara la velada.
Se sentaron uno frente al otro y empezaron a hablar sin parar, a sonreir como niños, a observarse curiosos.
Ella se sintió bien, muy bien incluso y era feliz en aquel momento. Pensó que hacía demasiado tiempo que no disfrutaba de un momento así y de una conversación tan interesante, hacía demasiados años...
No quiso pensar más, decidió olvidar el mundo y disfrutar de aquello el tiempo que durase. Quizá era un principio para encontarse a ella misma o quizá un principio para encontrarlo a ÉL.
De todas las maneras, ella, esa noche, era la princesa del cuento y estaba decidida a terminar comiendo perdices.

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